La estaca.
Mª de Lourdes Corzo V.
Para siempre estaré enojada por tu muerte.
¿Qué diablos tenías que estar haciendo en ese país, en ese lugar, en ese piso, en ese día, en esa hora?
Esta manera tuya de morirte, tan absurda. Esta manera de dejar a quienes te queremos, a quienes te aman, a los logros profesionales que conseguiste a base de ser una persona de ley, a las amistades sinceras que te ganaste por ser un excelente amigo de tus amigos y un digno contendiente en la discerción de las ideas.
Sé que tú en mi lugar también estarías indignado, porque no te gustaban las cosas sin sentido, y eso es tu muerte: absurda y sin sentido.
¿Quién fue, amigo, quien te arrebató tu juventud, tus ilusiones, tu vida?
¿Fue el destino? ¿Fue esa raya de la que no nos podemos salvar? ¿Fue la fatalidad? ¿Fue la imprudencia?... ¿Quién fue?
¿Quién fue?...porque quienes nos preciamos de ser tus amigos, sabemos que muy lejos de tus planes estaba el morirte y mucho menos en esas circunstancias.
Que tenías proyectos, sueños, ilusiones y que te sentías muy orgulloso de lo que hasta ese terrible día habías logrado.
Que eras un hombre feliz, acompañado, amado por sus padres, hermanos, esposa y amigos.
Que estás pleno de esos sentimientos.
Que no te faltaba nada.
Que cuando había que decir algo simplemente lo decías y que no te costaba ningún trabajo ser directo y franco…a mí me consta…y a muchos más.
Recibí un mensaje a mi celular para preguntarme dónde te estaban velando, ¡y yo no sabía que habías muerto!
Por varios minutos afirmé para mí misma que se trataba de un error. Los que fueron necesarios para hablar con nuestros amigos periodistas para confirmarlo.
Y así de voz en voz me fueron dando la noticia…y me enojé contigo… porque no tenías que haber estado ahí y mucho menos irte de este mundo de esa manera.
Un día antes habíamos hablado de prudencia, de no confiarse, de no fiarse, de no entregarse a los riesgos…pero creo que se te olvidó esa conversación.
Tantas veces fue tu consejo el que me orientó y me previno. Otras veces el apunte era de parte mía y así lográbamos ponernos a salvo de situaciones inherentes a nuestro oficio, personales y existenciales…pero esta vez se te olvidó y confiaste.
Sé que una de tus virtudes era confiar, ¡pero habíamos quedado pues de que no era conveniente en estos tiempos!
Notarás, amigo, que en esta carta te escribo a veces en pasado y a veces en presente.
Discúlpame, amigo editor, pero creo que no te has ido, ni te irás, porque en mi corazón estarás siempre presente.
Serán los buenos consejos, la amistad franca, la certeza de que fuiste siempre cabal y los momentos agradables los que atenuarán la pena de que te hayas ido sin despedirte.
Y aunque suene trillado, pues sí…como cuates…ahí me apartas un lugarcito.
Hasta siempre amigo CaDoMi.
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