El PRI en Tuxtla enfrentará un proceso electoral complicado, difícil, pesado.
No van a enfrentarse a una coalición de partidos, unidos en su contra a pesar de tener cada uno sus propios intereses y “modus vivendi”, sino también a la estructura gubernamental.
Van a necesitar amarrar las manos de la Chachita, “las manos quietas por favor”.
La intención es no contaminar la elección.
Que no pretenda obligar a los que encabezan las asambleas de barrio, así como a los jefes de sector, a votar por algún candidato “oficial”.
Hacer proselitismo con recursos oficiales pudiera no ser castigado por la ley, pero ahí está Diosito que todo lo ve y todo lo oye.
Porque en el caso de incurrir en esos pecados allá arriba le dirán a la alcaldesa:
“Chachita, en vida compraste muchos votos con dinero del erario municipal, de castigo te casarás con El Pacho para toda la eternidad”.
También le dirán:
“Chachita, engañaste a mucho viejito de la capital, ah, y estando yo ahí presente por mi “limosna mensual” nos amenazaste que si no votábamos ni bailábamos vals nos ibas a quitar ese nuestro dinerito, traficaste con nuestro dolor. Porque todo lo que hiciste con cada uno de los ancianitos, a mí me lo hiciste”.
Lo cierto es que no hay ayuntamiento donde el alcalde, hombre o mujer, no participe o intente participar como el “gran elector” o, en este caso, electora.
Todas, todos los alcaldes aflojan la billetera.
O bien politizan la entrega de los recursos.
Por eso la tendrán muy difícil los candidatos del PRI en la capital.
Que se agarren confesados.
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