Para muchos calenturientos “izquierdozos” fue muy dolorosa aquella histórica derrota de Daniel Ortega, el Presidente Sandinista, un domingo de 1990, a manos de Violeta Barrios, mejor conocida entonces como Violeta Chamorro. Fue un domingo muy triste. Era el símbolo del triunfo de la izquierda en América Latina.
Cierto, Daniel Ortega había llegado al poder en 1979 por la fuerza de las armas, derrotando y enviando al exilio a Anastasio Somoza.
Pero el régimen sandinista, cabe decir, socialista, con el llamado socialismo real (por oposición al ideal, escrito en los libros de filosofía política, economía política o de marxismo leninismo), pero había iniciado un importante proceso democratizador, llevando a cabo elecciones libres.
Pero fueron tan libres que cuando se dio la primera derrota electoral del sandinismo, con su figura histórica, Daniel Ortega, esa derrota se acató como un mandato popular.
Hay que recordar que Daniel Ortega gobernó Nicaragua con la oposición del régimen norteamericano, quien inició en ese país centroamericano una guerra llamada de “los contras”, si mal no recuerdo, financiando y entrenando a la contrarrevolución. Esa contrarrevolución, por cierto, dejó muchos más muertos que la revolución sandinista, y el pueblo nicaragüense votó (más que en contra de Ortega o a favor de la señor Chamorro), para alejar el fantasma de la contrarrevolución.
Por supuesto, seguramente el régimen sandinista habrá cometido errores, pero por lo visto este domingo, ayer, 16 años después, están demostrando que la izquierda socialista es una opción por la que se están inclinando los pueblos latinoamericanos, como ha ocurrido en Chile, en Brasil, en Venezuela, e inclusive en México, en donde sólo el fraude electoral impidió el arribo al poder de un hombre para quien la opción preferencial de los pobres es la principal oferta política. Andrés Manuel López Obrador no perdió, le robaron vilmente las elecciones y se la robó Vicente Fox y Felipe Calderón Hinojosa, con la complicidad y traición de 17 gobernadores priistas que la última semana, encuesta en mano, decidieron mandar a la goma a Roberto Madrazo y soltar miles de millones de pesos para la compra de votos a favor del candidato del “Cuñado Incómodo”.
Cierto, Daniel Ortega había llegado al poder en 1979 por la fuerza de las armas, derrotando y enviando al exilio a Anastasio Somoza.
Pero el régimen sandinista, cabe decir, socialista, con el llamado socialismo real (por oposición al ideal, escrito en los libros de filosofía política, economía política o de marxismo leninismo), pero había iniciado un importante proceso democratizador, llevando a cabo elecciones libres.
Pero fueron tan libres que cuando se dio la primera derrota electoral del sandinismo, con su figura histórica, Daniel Ortega, esa derrota se acató como un mandato popular.
Hay que recordar que Daniel Ortega gobernó Nicaragua con la oposición del régimen norteamericano, quien inició en ese país centroamericano una guerra llamada de “los contras”, si mal no recuerdo, financiando y entrenando a la contrarrevolución. Esa contrarrevolución, por cierto, dejó muchos más muertos que la revolución sandinista, y el pueblo nicaragüense votó (más que en contra de Ortega o a favor de la señor Chamorro), para alejar el fantasma de la contrarrevolución.
Por supuesto, seguramente el régimen sandinista habrá cometido errores, pero por lo visto este domingo, ayer, 16 años después, están demostrando que la izquierda socialista es una opción por la que se están inclinando los pueblos latinoamericanos, como ha ocurrido en Chile, en Brasil, en Venezuela, e inclusive en México, en donde sólo el fraude electoral impidió el arribo al poder de un hombre para quien la opción preferencial de los pobres es la principal oferta política. Andrés Manuel López Obrador no perdió, le robaron vilmente las elecciones y se la robó Vicente Fox y Felipe Calderón Hinojosa, con la complicidad y traición de 17 gobernadores priistas que la última semana, encuesta en mano, decidieron mandar a la goma a Roberto Madrazo y soltar miles de millones de pesos para la compra de votos a favor del candidato del “Cuñado Incómodo”.
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